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jueves, 17 de enero de 2013

Historia de una osa

Ya nadie hace caso a sus pechos
desnudos,
ni se detienen a la agonía
de no amamantar a su lobezno,
no, ya no escuchan
su llanto.

Ahí sigue la desconsolada madre
con el pezón colgando,
desgastado
por los dientes de su osezno;
mantiene intacta la ilusión diaria
en conseguir algo de leche.

Maldita sea la triste estampa
que todos vemos día a día cegados
por la avaricia
de querer tener lo que no necesito,
y que se jodan esos muertos de hambre,
mi dinero es solo mío.

Van pasando lentos los días,
todos conscientes de que el tiempo
se agota
por igual para la loba y su osezno.
Más cuenta se da la madre
viendo morir a su hijo.

Aunque no está muriendo de hambre,
la osa ruge con fiereza,
se está muriendo lentamente
en esta sociedad podrida y desdentada
el futuro de su cachorro,
condenado por algo que no ha hecho.

Observa con furia indomable
cómo cuatro desalmados
roban de tan solo un plumazo
pan y futuro a su ser amado;
ellos sí engordan sus pobres panzas
con las penas de otros.

Llora. Sigue llorando,
el tiempo climático le hace compañía,
la arropa con un velo húmedo
mezcla de oscuridad y muerte,
solo él parece querer librarla
de este calvario.

Seis meses lleva sin trabajo,
de marido muerto en excesos,
ya nadie puede ampararla.
Por ahí vienen banco y banquero,
redoblando campanas de calle;
llegó su momento.

Este es el juego de mi España,
ha perdido en su duro juego.
De la iglesia van saliendo
con angustia, gritos y llanto
viendo salir a su hijo:
lo llevan escoltado.

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