-En la
ventana de mi habitación tengo puesta una flor que vive conmigo, cada vez que
sufro un mal de amor, un pétalo de esa rosa cae y lentamente acabamos con
nuestras vidas. Nacimos por separado pero nuestras mierdas de vidas están
sujetas por el mismo hilo.
Nacimos por
separado sí, pero ahora mamamos de la misma tierra, del mismo puto suelo donde
no para de caérseme la cerveza. No necesita agua para la fotosíntesis, ya hay
alcohol de sobra para los en el suelo.
Tal vez el
hecho de haber perdido a la mujer de mi vida tenga algo que ver con el nivel de
vida que tengo ahora mismo. No pretendo culpar a nadie, son cosas de la vida,
unos vienen y otros van, al menos me queda el consuelo de saber que se fue
siendo feliz ¿A caso la culparías tú?
No… al
principio pensaba que era por su culpa, que si se había ido era porque no luchó
lo bastante. Después me arrepentía de mis palabras y me daba cuenta que la
culpa era en parte mía por lo estar cuando más me necesitaba. Lo cierto y
verdad es que se fue por cosas del destino, así es la vida, nada nuevo
¿no?
Aún pienso
en ella, hace un mes de su marcha con un solo billete de ida para no volver
nunca más, pero pienso en ella como si se hubiese ido hace un par de horas. No
sé, es raro, ni tan siquiera tengo ganas de echar un polvo, ni tan siquiera de
hacerme una triste paja a oscuras, no necesito nada de eso, solo la necesito a
ella y sé que ya no va a volver, que la he perdido para siempre y por siempre.
Ella era la
más hermosa mujer que haya visto nunca, su piel suave como la cera incitaba a
soñar despierto que mis dedos la tocan, sus ojos verdes cautivaron a un olivo
que se tiñó del mismo verde de sus ojos por envidia. Es tal su hermosura, que
Afrodita, tal y como en el juicio de Paris me pide que entregue la manzana de
oro a las más bella de las dos, era una diosa despampanante, con largo pelo de
oro caído hasta llegar a la cintura y una voz dulce y angelical.
Yo cegado
por la belleza de esa mortal que desprendía amor al contrario que Afrodita,
bella de entre todas las bellas, pero gélida de amor de tan engreída, más bien
se le parecía a la puta de Anajarte que toda llena de encanto sólo pensaba en
calentar la bragueta de todo el que se pusiera por delante.
La balanza
se inclina sobre mi amor, provocando la ira de la diosa que como castigo por mi
infamia decide enviarme a Cupido, el eterno insatisfecho para lanzar una flecha
de odio a mi amor o tal vez a mis huevos ya que era lo único que está
haciéndome ese imbécil de aquí a un tiempo.
Era una
fría tarde de invierno cuando el último pétalo de mi rosa cae marchito sobre mi
cama. Era un pesadilla, un jodida pesadilla. Ni tan siquiera podía besarla
mucho menos rozarla, sus piernas, sus largas piernas, lejos de mi alcance.
Ya no puedo
más, el corazón de tanto latir me va a estallar, veo a esa mujer todos los días
y puedo gritar a los cuatro vientos y decir que la quiero… pero la soledad se
ceba en mí y la melancolía inunda mi pecho como si fuese una jodida bala
atravesando el corazón de un soldado. La tristeza me ahoga y tan solo espero el
momento de la llegada de mi sueño.
Cae la noche
en mi habitación siendo mediodía, las persianas están subidas, las cortinas
recogidas, son solo las cinco o seis de la tarde pero no entra ni un solo rayo
de luz al cuarto. Pasan las horas y en la oscuridad veo su cara, la toco… pero
tan solo es un sueño, ella no está, no la he tocado en ningún momento, ni tan
siquiera está ahora mismo aquí, conmigo, de todas formas es el único momento en
dos días en el que he encontrado una falsa felicidad.
Todo es un
simple sueño, una hermosa mentira en la quisiera vivir. Pero lo cierto es que
estoy despierto, en este puto mundo, deseando y maldiciendo mi vida. Deseando
que todo que este mundo lleno de mierda, de podrida y asquerosa mierda fuese
como el título de Calderón de la Barca “La vida es sueño”. Pero no, tengo que
joderme y esperar a la oscura noche para seguir soñando.
Lo malo de
los sueños es que son traicioneros y lo mismo que te muestran una cosa te
pueden mostrar, dos segundos después, todo lo contrario y convertirse en una
pequeña realidad esporádica que toca los huevos. Como mi vida, como estoy, como
siempre. Nada nuevo, nada nuevo.
Ahora si la
veo despierto, estoy delirando y por ello tengo miedo y a la vez felicidad, es
una sensación algo rara. Espera, empiezo a saber lo que es, cierro los ojos y
todavía está ahí, es amor, amor que lleva mi sangre por todas las venas de mi
cuerpo.
En un
desesperado intento de terminar con este dolor, cierro los ojos y de mi
habitación en el más oscuro rincón junto mis manos para pedir a Dios que me
lleve al fondo del mar y que se ahoguen todas mis penas en la mar para librarme
de esta agonía, para que la soledad me parezca divina, porque sé que nunca más
veré su cara, ni siquiera esos ojos verdes, ni su piel blanca cual nube en
verano.
Ruego que
nunca me deje solo con mi amor a solas pero siempre se desvanece cuando sólo me
quedan dos pasos para llegar a ella, ya no sé qué hacer ni qué decir. A veces
corro para pillarla pero siempre logra escaparse de mí, como si fuese niebla,
aire, viento.
El miedo me
va invadiendo como una jodida inundación, como si fuese un maremoto. Lo hace
con ferocidad y parece que quiere destruirme. Menuda ironía, mis propios miedos
quieren destruirme y parece que lo están consiguiendo más rápido de lo que se
imaginaban.
Mientras,
espero la llegada de mis súplicas, me acerco al armario donde tengo unas
botellas de alcohol, sin otra cosa que hacer y para matar el tiempo mientras
espero la hora de mi dulce fin, abro una botella de whisky de treinta años, un
gran reserva que tenía mi padre reservado para mí el día de mi boda y que solo
le habíamos dado un trago cada uno, quería guardarla y seguir con esa
tradición, pero su marcha merece más un trago que una estúpida boda con su
maldita firma de unos papelitos ante un cura que, en los tiempos que corren de
seguro es un pederasta.
Pero ni con
el alcohol consigo borrar mi amargura.
Triste,
solo y borracho lloro en silencio mis penas. No hay nadie que pueda ayudarme ni
tampoco lo necesito, yo solo puedo terminar con esto. Recibir ayuda es de
fracasados, perdedores que no tienen cojones a dar un golpe de autoridad en su
propia vida. No, ellos solo esperan verte llorar, el resto no les importa una
mierda.
Lo cierto
es que nunca se me dio bien llorar delante de la gente y tampoco a solas, sino
es con una buena botella de whisky o unas cuantas cervezas, tampoco puedo
hacerlo, tal vez yo mismo vea como una debilidad el simple hecho de llorar, o
de cobardes, pero esa esta noche me apetece llorar.
Descargarme
por una puta vez en mi vida con un buen llanto y probar de una jodida vez a qué
saben mis lágrimas. No es que tenga mucha curiosidad por cómo saben, pero ella
no puede regresar y lo necesito.
Me arribo
dando tumbos a mi escritorio, cojo papel y lápiz y esparzo hasta la última gota
de mi amor sobre el papel mojado de tanto llorar por ella, escrito dejo que
ahora no lo sabe pero que siempre la quise, siempre, sin importar la situación,
el momento o el lugar.
Lo que
escribí no me acuerdo, creo que no lo soñé, que lo escribí de verdad pero ya te
digo, no lo encuentro. Creo recordar que te lo di a ti la semana pesada ¿es
posible? Y si no, no importa, no lo quiero para nada, era solo esta absurda
sensación.
Ahora sí,
mareado, con náuseas y un fuerte dolor de cabeza me tumbo en la cama, las
paredes se mueven enfrentándose las unas con las otras con el único propósito
de caer al suelo para derrumbar así la casa sobre mí pero no me importa, estoy
deseando que caigan, que caigan y esparzan mis jodidos sesos por el suelo.
Yo, harto
de una discusión que no me interesa para nada y ante escándalo sin igual,
duermo… ¿Qué es esto? ¿Qué ocurre? No
recuerdo su nombre, sus ojos ni su voz, ya no me acuerdo de su cara ni su
cuerpo, pero sin embargo me encuentro en paz, no me siento mal, de repente se
me ha pasado todo el sufrimiento que nublaba mi mente y atosigaba mi pecho.
Pero todo
se acaba y suena un despertador… ¿Qué ocurre? No me puedo levantar, no puedo
pensar… tan solo puedo soñar sin soñar nada. Cada segundo noto que me hundo en
una acogedora soledad, ya no sé qué significa amor.
Ahora lo
entiendo todo, se ha cumplido lo que yo más deseaba, ha llegado mi fin. Tal vez
ahora pueda volver a hacerle compañía, tal y como he deseado desde hace varias
semanas. La verdad es que desde que se fue, mi vida dejó de tener sentido
alguno.
Pero en
esta paz me nace otro problema y es que sufro por no volver a verla, sufro por no
poder tocarla, pero lo que más me duele sin duda es no poder amarla.
Pensándolo
fríamente, tal vez no esté muerto y esto sólo sea uno de esos estados en los
que el alma abandona al cuerpo por unos instantes para cumplir aquello que
tanto deseamos, pero tampoco estoy seguro, la resaca no me deja pensar con
claridad.
¿Qué opina
usted de todo esto doctor? ¿me estoy volviendo loco o es algo normal cuando
desaparece la persona que siempre has querido de la noche a la mañana? Yo no
encuentro respuesta alguna.-
Tras mi
monólogo de diez minutos se hizo un breve silencio, yo sentado en esa tumbona
tan cómoda, de estas clásicas que tienen casi todos los psiquiatras, y el
doctor en su silla, con los dedos entrelazados, cavilando una respuesta para
poder decirme alguna chorrada o mandarme directamente alguna pastilla para la
puta depresión. No, necesitaba pastillas para la depresión, solo un cubata más
y verla una última vez, eso es todo lo que necesito, nada más, nada más.
Estaba
jodido, no llegó a abrir la boca el loquero cuando, de repente, una voz
apareció por la ventana, una dulce y suave voz que no me pasó desapercibida,
era ella, podía oírla, era su voz, su tono y su mesura y su pausa, pero ella no
estaba. Un espíritu, eso me parecía, pero ya soy un hombre con pelos en los
huevos y no hay cabida para los espíritus ¿o es que acaso tú aun la tienes?
-Querido,
vamos, ya es la hora, recuerda que hemos quedado para comer en casa de mis
padres hoy, como todos los domingos- dijo, pero no aparecía por ningún sitio y
su voz retumbaba entre aquellas cuatro paredes pintadas de color salmón.
-Pero… no
es posible- dije- te fuiste, todos te despedimos hace hoy justo un mes, no es
posible ¿qué significa esto?-
-David,
venga, no te hagas más el remolón que se nos está haciendo tarde, déjate ya las
tonterías o me voy a enfadar- me dijo esta vez en tono más alto que la
anterior.
Fue
entonces, en ese preciso momento cuando desperté y allí estaba ella, mirándome,
acostada a mi lado en la cama, con la boca preparada para darme un beso de
buenos días, desnuda, como acostumbra a dormir. Así es muy difícil no
levantarse de buena mañana por muy mal que lo haya pasado en el sueño con una
jodida pesadilla. Yo sudaba, ella se dio cuenta como siempre que me pasa algo.
-¿Has
tenido pesadillas?- preguntó.
-Nada que
me haya podido quitar el sueño, pero eso sí, quiero que me prometas una cosa-
me cortó la frase a medias.
-¿Qué
quieres que te prometa?- sonrió.
Nunca hasta
ese momento me había dado cuenta de lo jodidamente enamorado que estaba de su
sonrisa, de la curva que toman sus finos labios y, sobre todo, la forma de
posarse la mueca sobre las mejillas. Me quedé mirándola por unos instantes,
atontado, disfrutando del momento y dando gracias por haber sido solo un
asqueroso sueño.
-Prométeme
que no te vas a morir- me levanté de la cama, me vestí y nos fuimos a comer.
Los dos, como espero que pase siempre durante muchos domingos de muchos, muchos
años.