No, esa noche
no se podía dormir, la luna en complot de las estrellas nos tendieron una
trampa. Decidieron mantenernos inquietos con los ojos bien despiertos, en
alerta, pese a estar bien resguardados. Su decisión era clara, el manto de la
noche no arroparía por esa vez a todo el que estuviera en esa casa. Esa noche
no, esa noche la muerte rondaba nuestra puerta con sigilo, sin prisa, para
cerciorarse de no fallar en unas muertes que tenía y sabía ser prácticamente
suyas.
Desaparecer,
cerraba los ojos con fuerza pensándolo una y otra vez “desaparecer, desaparecer, desaparecer…” imaginaba estar en cientos
de lugares distintos con la esperanza de abrir los ojos y que todo fuese un mal
sueño. Pero no, era tan real como la vida misma, la puta y cruel realidad que
pasa estrambótica para todo ser viviente sin discriminar a nadie.
Por mi mente
solo vagaba el pasaje de Shakespeare que había leído tantas veces en Hamlet: “Ser o no ser: ésta es la cuestión. ¿Cuál es
más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta
u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con atrevida
resistencia?”
Lo cierto es
que estaba enamorado de esa frase pero le daba una connotación muy distinta a
la original. Sí, ahora sí sabía lo que significaba. Echarle un par de huevos y
plantar cara a la injusta vida, negarse a sufrir calamidades que no merecemos
o, por parte contraria, resignarnos, estarse quieto y esperar una muerte
injusta. Yo no tenía muchas opciones, podía negarme pero, sin duda alguna, no
podía hacer nada para cambiar la situación. Yo solo era un títere secundario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario